Marcel Proust em seu leito de morte, Novembro de 1922 |
Para no morir de (des)amor
El autor recomienda el 'Diccionario
de separación', de Andrés Gallina y Matías Moscardi, para los amantes hechos
trizas de hoy
Por MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO
Babelia, 25 FEB 2017 - 00:04 CET
1. Separaciones
“En cierta ocasión de mi remota
juventud en que lo estaba pasando muy mal porque me había dejado una novia (a
pesar de mis esfuerzos, siempre he tenido un lado insoportable), y mi
narcisismo sangraba herido, alguien quiso ayudarme regalándome un ejemplar de La
separación de los amantes, de Igor Caruso (Siglo XXI, 1968), que aún
conservo subrayado. Era lo que se llevaba entonces entre mis amigos: te dejaba
tu pareja y, ¡zas!, algún alma buena te ponía en las manos, como si fuera el
soporífero Camino de Escrivá
de Balaguer, el libro de Caruso, uno de los pocos psicoanalistas que había
leído a los fenomenólogos y a Heidegger en su propósito de darle al
psicoanálisis rigor filosófico, lo que no deja de ser un auténtico oxímoron. El
desgarro, el odio, el luto: uno leía “explicado” con teorías realistas lo que
sentía con sentimientos, si se me permite el pleonasmo. Desde aquella
prehistoria sentimental de finales del siglo XX en que para saber del amor y
sus naufragios se recurría, como libros de autoayuda, al Banquete, de
Platón; al libro de Caruso, y al aberrante Técnicas sexuales modernas,
de Robert Street (Paidós), ha pasado mucho tiempo. Los amantes y sus uniones se
han hecho más complejos, menos previsibles y eternos, y los roles han cambiado.
Pero las tolvaneras y zozobras del amor siguen emboscadas ahí detrás, también
en esta época “posamorosa”. Para los amantes hechos trizas de hoy recomiendo
el Diccionario
de separación, de Andrés Gallina y Matías Moscardi, publicado por el
sello argentino Eterna Cadencia, en el que el apenado lector/a descubrirá,
entre otras cosas (que sabe o intuye), que la separación “es, también, un
género literario (…) que tiene sus propias reglas compositivas, su forma
distintiva de encadenar las causas y los efectos, su propio régimen estético,
su gramática, su vocabulario”. A lo largo de sus casi 200 entradas (de “abismo”
a “zombi”) uno puede picotear, por ejemplo, en la filosofía, la fisiología, la
psicología, la literatura y la cinematografía del (des)amor y sus demonios. Y
sin la obligación de tenerse que leer el texto todo seguido, sino al azar, como
acompañando a los caprichosos vaivenes anímicos de quien ha sido abandonado/a.
Y todo con la suficiente ironía y rigor conceptual como para deleitar
enseñando, como querían los clásicos. Un libro para tener, junto al Lexatin, en
la mesilla de noche. Hasta que pase la pena, que espero que sea pronto.
2. Escalera
Hace unos días saltó la noticia: en
un fragmento (poco más de un minuto) de película encontrado en Canadá
aparecería el mismísimo Marcel
Proust. Después de ver el vídeo correspondiente en YouTube más de una
docena de veces, y de leer los argumentos de quienes identifican al escritor
(incluyendo a Jean-Yves Tadié, responsable de la última edición de À la
recherche en La Pléiade), yo también me he convencido. En la película
aparece parte del cortejo nupcial de Élaine Greffulhe descendiendo por la
escalera de la iglesia de La Madeleine, donde acaba de finalizar la ceremonia
de su matrimonio con Armand de Gramont. Entre la gente, y ataviado elegantemente
con una levita gris perla y un bombín como el de Charlot, aparece (durante dos
segundos) el gran escritor francés, entonces en su treintena. La película fue
grabada en 1904, el mismo año en que otro genio, Georges
Méliès, “estrenó” su Viaje a través de lo imposible, y ocho antes de
que, un tercer genio, Marcel
Duchamp, pintara su estroboscópico Desnudo bajando la escalera, dos
obras maestras cuyo recuerdo me ha venido algo incongruentemente a la cabeza. A
Proust, como a Dickens,
no hay que dejarlo de leer nunca, porque su talento se despliega ante el lector
de modo diferente cada vez que se los aborda. Estos días, mientras en el
imaginario de mucha gente la fotografía de Proust que le hiciera Man Ray en su lecho mortuorio
(noviembre de 1922) era sustituida por la más saludable, pero fugaz, imagen del
escritor bajando la escalera del templo, he releído el fragmento de la primera
parte de Por el camino de Swann en que el joven narrador descubre a su
idealizada duquesa de Guermantes (para la que Proust se inspiró precisamente en
Élaine Greffulhe) en la capilla de Combray. Les invito a ver en YouTube el
vídeo de la peli rescatada. Y, desde luego, a seguir (siempre) con Proust.
3. Historia
Un efecto colateral del fructífero
“pique” o rivalidad profesional entre los editores de Crítica
y Pasado & Presente es que
Josep Fontana, uno de los grandes historiadores españoles (no sé si a él le
agradará del todo esta caracterización) y amigo de los dos, cede periódicamente
una obra suya a cada uno. Si Gonzalo Pontón, el editor de Pasado &Presente, se apuntaba un gran tanto con Por el bien del imperio (2011),
que constituía un completo repaso —desde el punto de vista de un historiador
con el corazón y la cabeza en la izquierda— a la historia del mundo desde 1945,
ahora lo hace Carmen Esteban, su antigua discípula y hoy directora de Crítica
(Planeta) con la publicación de El siglo de la revolución, otra síntesis
generalista de la historia universal desde 1914. En su nuevo libro, Fontana
presta especial atención al modo en que el progreso social y los avances del
Estado de bienestar, que alcanzaron en los países desarrollados la cota más
alta en los 30 años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, como antídotos
aceptados por las clases dirigentes contra la penetración de las ideas
comunistas, han ido deteriorándose desde que el comunismo dejó de ser una amenaza,
al menos en “Occidente”. A lo largo del libro, pero sobre todo en su segunda
parte, Fontana vuelve a reivindicar la política como factor histórico
explicativo y motor de futuros avances sociales.” MANUEL
RODRÍGUEZ RIVERO, em Babelia ( El País),
25 FEB 2017 - 00:04 CET
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