1962, el año prodigioso
"Un congreso y
ocho libros en ese año fueron el primer gran fulgor de un momento feliz para la
literatura latinoamericana
El año del
deslumbramiento fue 1962. El primer gran fulgor. Como si todo se hubiera estado
preparando para coincidir ese año en una especie de pirotecnia literaria, del
comienzo de una década irrepetible en la literatura latinoamericana.
En ese año
publicaron autores prestigiosos que aún no gozaban de una gran resonancia
internacional junto a otros relativamente jóvenes en el mundo de la literatura.
Todos dieron el fogonazo que permitió iluminar el pasado literario del
continente y avistar el futuro de sus letras. Una mirada telegráfica sobre esa
fecha arroja lo siguiente:
1- Congreso
de Intelectuales de Concepción (Chile)
2- El siglo
de las luces. Alejo Carpentier
3- Historias
de Cronopios y de Famas. Julio Cortázar
4- Sudeste.
Haroldo Conti
5- La muerte
de Artemio Cruz. Carlos Fuentes
6- La ciudad
y los perros. Mario Vargas Llosa
7- La mala
hora. Gabriel García Márquez
8- Los
funerales de la Mama Grande. Gabriel García Márquez
9- Aura.
Carlos Fuentes
A partir de
1962 se rescatan y se hace justicia sobre algunos grandes nombres que desde
comienzos del siglo XX y hasta los años cincuenta venían publicando con
reconocimiento en sus países pero no con la suficiente relevancia
transcontinental. Ellos fueron los continuadores de una ruta exploratoria a
través del idioma español abierta por Rubén Darío desde finales de siglo XIX.
Es así como en 1918 empezaron a aparecer obras clave ya no solo para la
literatura latinoamericana, sino en español. Es el año del poemario Los
heraldos negros, de César Vallejo, y del libro de relatos Cuentos de la selva,
de Horacio Quiroga. Y así medio centenar de títulos ya clásicos hasta 1961.
Cuando llega
1962, el año lo inaugura Chile en enero con el Congreso de Intelectuales de
Concepción. Lo que significa que ya entonces había una conciencia clara del
valor de lo que se había hecho, se estaba haciendo y se podía hacer en el
ámbito de la creación literaria en América Latina.
El periodo de
maduración fue tal que si entre 1918 y 1961 se editó medio centenar de obras
importantes, entre 1962 y 1970 aparecieron casi cuarenta libros inolvidables y
escritores que pasaron a la historia de la literatura.
Los años del boom
son un momento milagroso en el cual, si al comienzo destacaron 4 o 6 autores,
la verdad es que pueden ser 15 o 20 nombres los que aparecieron o se
fortalecieron para enriquecer la literatura en español. Más allá de si eran
amigos entre ellos, participaban en reuniones, compartían editorial o
comulgaban con las ideas de la revolución cubana.
José Donoso
escribió en 1972 Historia personal del boom, donde ya analizaba lo ocurrido y
ofrecía una mirada panorámica. Coincidencia de intereses, inquietudes,
ambiciones y formas diversas de ver, asumir y vivir el mundo y la literatura.
Donoso establecía círculos del boom. Las cuatro sillas principales eran para
Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa,
mientras que reconocía que una quinta, según decían, la adjudicaban a él o a
Juan Carlos Onetti. Luego se refería a otro círculo de autores y tras este
otro. Pero el tiempo ha confirmado el valor y aportación de todos ellos.
El 62 fue el
año donde prendió la mecha del boom con ese congreso y esos ocho libros. A
partir de entonces, todo fue cuesta arriba. Como una carrera en la que cada año
intenta superar al anterior en cantidad y calidad de títulos. Obras que
confirmaron el buen destino de sus escritores en el mapa internacional.
¿De dónde
viene todo eso? Del mestizaje del idioma, de la pérdida del miedo a manejar el
lenguaje en lecciones dejadas por autores como Rubén Darío, del ánimo de sus
escritores por conocer sin prejuicios el legado literario universal clásico y
prestar especial atención a los autores más contemporáneos tanto en otros
idiomas como en el propio: Faulkner, Sartre, Cervantes, Rulfo, Kafka, Homero,
Woolf, Carpentier, Hemingway… Los leyeron, los comentaron y los asimilaron. En
un segundo bloque estaría el contacto físico de los escritores con el mundo. Es
su espíritu cosmopolita y de exploración por voluntad propia u obligados por
las circunstancias. Pero siempre atentos y abiertos a explorar y dejarse
sorprender."
Winston
Manrique Sabogal, Madrid, em artigo publicado no Jornal “El País”, 11/Nov./2012
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